Alfonso Ropero, España
** Evangelio y cultura hoy
El Evangelio tiene que llegar a la cultura para renovar al hombre, tanto al que está dentro como al que está afuera. El Evangelio ofrece una nueva mirada que el mundo necesita. La decadencia de las ideologías y de las utopías ha llevado al ser humano a buscar su nueva identidad. La crisis actual ha añadido una nueva y grave inquietud, que no afecta sólo a la economía sino a la moral y la confianza en los dirigentes, políticos, académicos, financieros, que han sido hallados culpables de muchas bajezas: codicia, ignorancia, avaricia, egoísmo, engaño, fraude, mentira, corrupción.
¿De dónde vendrá la respuesta?
Del Evangelio que llega al corazón con poder renovado.
Hoy está en juego el destino del hombre. Los cambios rápidos y universales que dominan nuestras sociedades trastocan y desfiguran la identidad cultural de los pueblos y la globalización propone una cultura única bajo la advocación del dios Mamón y su profeta la Banca. Semejante perspectiva exige una reafirmación de las identidades culturales, y un refuerzo de las culturas basado en la dignidad del ser humano, llamado a la comunión con Dios y a la vivencia de una fraternidad universal, basada en la fe, la esperanza y el amor; acogiendo todo lo bueno y todo lo noble que hay en cada cultura, a la vez que fecundando cada cultura con los principios del Evangelio para favorecer un intercambio benéfico y evitar un aislamiento empobrecedor.
El Evangelio no anula ni sustituye a la cultura; al contrario, la purifica de las escorias que le impiden reflejar adecuadamente la identidad y el destino eterno del hombre y del mundo, libera sus recursos más profundos y da valor a cuanto de verdadero, bello y bueno semejante cultura contiene, abriéndola a perspectivas ilimitadas, que no sólo no menoscaban su impulso, sino que lo exaltan e intensifican (Giuseppe Savagnone). El Evangelio siempre potencia lo que toca, pues el poder de Dios. Lo que niega o condena son los aspectos cancerígenos que amenazan la vida del individuo y de la sociedad. El Evangelio, al sanar a la naturaleza humana mediante la fe en Cristo, consolida, unifica y potencia los recursos humanos, en pro del Reino de Dios, que “no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro. 14:17).
Al extender el Evangelio en todos los frentes, estamos contribuyendo a la formación de una nueva humanidad, resultado de hombres nuevos regenerados por el Espíritu de Dios (Jn. 3:3-4), muertos y resucitados con Cristo mediante el bautismo (Ro. 6:4). La persona realmente convertida y correctamente educada en los fundamentos de su fe se preocupa de un modo sincero de la cultura y de las inquietudes de su tiempo, mostrando nuevas sendas de fidelidad y compromiso.
La verdadera predicación del Evangelio enriquece a las culturas, ayudándolas a superar sus deficiencias y humanizándolas, comunicándoles a sus valores legítimos la plenitud de Cristo. La cultura es el mundo creado por el hombre en su estado caído, contingente y menesteroso. El Evangelio da testimonio de un mundo nuevo creado por el poder renovador del Espíritu divino. Pero el Evangelio no es un invasor arrogante de este mundo, que pueda proceder a su antojo arrasando a su paso todo cuanto se le antoja. Para el cristiano, el mundo no es el Canaán que hay que destruir para luego habitar, el mundo al que está llamado a predicar, es su mismo mundo, el mundo creado por Dios, al que envió a su Hijo, no para condenarlo sino para salvarlo (Jn. 3:16).
Necesitamos creyentes que sepan hablar el lenguaje de la cultura, que sepan transmitir la totalidad de la fe de manera comprensible, relevante e inteligente. Personas coherentes en su forma de pensar y de vivir. Sin duda una tarea inmensa, pero rica en perspectivas y posibilidades; por otra parte, no queda otra si que quiere garantizar el futuro de las nuevas generaciones educadas en un ambiente totalmente desacralizado y crecientemente descristianizado.
Es cierto que de nuestras iglesias podemos decir lo que Pablo de los corintios: “ mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne” (1 Cor. 1:26), pero mi experiencia pastoral me dice que, a veces, es suficiente con no poner obstáculos a aquellos que sienten en su interior el espíritu de la filosofía, la pasión por la verdad como vocación de vida. Cierto que ya tenemos la verdad en Cristo, pero ¿cómo hacerla comprensible al que es ajeno a la vida de Dios y a cualquier tipo de transcendencia? ¿Cómo afirmarla en la misma iglesia en medio de los desafíos de le lanza la cultura, y que son ineludibles, pues se propagan en los colegios, en las universidades, en la literatura, en los medios de comunicación masiva?
Hay que avivar los dones que puedan existir en la congregación, alentar y no entorpecer el desarrollo de aquellos que, desde la fe, sienten inclinaciones por la labor intelectual, aquellos a quienes de una forma aguda la fe les lleva a inteligencia. Una fe debidamente ilustrada y una identidad cristiana suficientemente sólida puede ayudar a superar fácilmente las perplejidades y obstáculos racionales que puedan plantearse en un momento dado a creyentes y no creyentes, contribuyendo así a realizar la gran comisión que nos dejó el Señor de llevar el Evangelio a toda criatura.
** Extracto de un artículo más extenso publicado en lupaprotestante.com
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